Son el grupo pionero, pero no dejan de rescatar y agradecer a toda la comunidad educativa, y desde ahí, hacia arriba y hacia abajo, a cada uno que acudió llevando su solidaridad con ellos.
En principio fueron una comisión que se formó para organizar el viaje de egresados de los chicos, y dicen que allí se conocieron, se hicieron amigas, y hoy las une las ganas de ayudar a otro, a un tercero, que no por no ser uno mismo deja de ser importante.
En junio se les ocurrió hacer un bingo con el que les fue muy bien y con eso ayudaron a la mamá que le pelea a una de las enfermedades más injustas.
Los fondos, son para cubrir los costos de su tratamiento, que incluye, entre otras cosas, el salario de sus cuidadores.
Cuando les preguntaban ésta vez cómo se las podía ayudar, respondieron que “comprando pizzas”.
Y necesitaron dos encuentros para armar las 800 que vendieron. “El objetivo para todas es el mismo”, contaba Andrea mientras no se quedaba quieta, limpiaba y lavaba más tomates. Y sí, la salsa no se iba a hacer sola. Menos para 800 pizzas. “Somos adultos, somos grandes, no hay líderes, somos todos iguales, todos hacemos todo”.
“Todos los argentinos somos muy solidarios y pidiendo ayuda la gente está, el argentino está”, termina.
Los chicos también están. De a ratos se van al patio, el sol está ideal. Pero vuelven y siguen ayudando. Son los encargados oficiales de las aceitunas y el orégano.
Más allá, hay una voluntaria más, y se acerca con una bandeja de trocitos de muzzarella, que alguien ya debió haberle dedicado un buen rato para dejarla así, lista para ser distribuida.
Y están todas ellas, las mamás, que todas hacen todo, y también se fijan mientras tanto, qué hacen los chicos.
Y todo es hacer. “¡Hay que embolsar!”, “¡hay que cortar más queso!”, “¡Dos muzzas para Guillermina!”
Cierto… todos hacen todo.
Dice Cecilia que todas son mamás, algunas trabajan de amas de casa, otras tienen profesiones que las requieren fuera del hogar, pero lo mismo se juntan, se hacen el tiempo, movidas por la solidaridad.
No les gusta hablar de ellas, no les interesa aclarar mamá de quién son, y recalcan que ellas son el grupo que comenzó, pero que detrás hay muchísima gente que las acompaña y colabora con la causa.
No intentan suplir lo que el Estado no garantiza, dicen, si bien éste no está del todo ausente, pero quieren ayudar a la mamá que en este momento pasa una necesidad.
“¡¡Bautista!!..
¡Bueno… no lo hice a propósito!”
Y Bautista redistribuye el orégano que se le cayó en una pizza, pero que le hubiera alcanzado para dos o tres más.
Dicen los chicos que quieren ayudar y darle fuerzas a su compañero, a su amigo, porque “necesita ayuda de todos nosotros”. Que los pone tristes y no sabrían qué hacer si estuvieran en su lugar. Lo ayudan “al Valen”, y ayudan a sus mamás, porque entienden todo lo que está pasando.
“¡Vamos que hay que terminar en media hora!”, dice otra mamá mientras sigue anotando nombres direcciones para repartir.
Entre la decena de cocineras, hay una que saluda especialmente a un papá que recién llega.
“Buenas…”, dice, mientras despacito gira toda la cabeza de izquierda a derecha. Mira alrededor como no pudiendo creer las horas de laburo que hay ahí dentro. Pero ahí nomás la Comisión le pide un par de cosas que necesita, y sale a conseguirlas.
Un término contemporáneo de la sociedad capitalista como “trabajo en serie”, paradójicamente va a contramano de la “solidaridad social” acuñada por otros pensadores.
Nos cuentan que para el 15 de septiembre, consiguieron un puesto en la feria de platos, mediante la Municipalidad y la Iglesia. Será por el Día de la Virgen en Río Ceballos, y ya están pensando en hacer otro bingo para seguir colaborando.
Cajas bajo la mesa, pilas de pizzas contra las paredes, y más pilas en esa otra mesa, esperan que aquellas sin embolsar tengan el orégano. Porque es el último paso antes de ponerlas en la bolsa y escribirles el nombre de alguien que más que nunca (o una vez más), tendrá la panza llena y el corazón contento.