Al lado mío charlan dos hombres, uno más joven que el otro, que también primeriaron asientos cuando los vieron desocuparse. El joven, llamémoslo A, lleva botines y ropa de fajina. Supongo que es albañil. El más grande, B, no tiene esa ropa pero aparentemente llegaron juntos al Banco.
En los ojos de A hay preocupación. Cuánto me descontará el culiado aquel por estas horas, le pregunta a B. Y, no sé, ¿cuánto ganás por horas?, responde B. Gano 4.000 al mes. Bah, no, gano 3.500 y 4.000 si trabajo los sábados. Yo comienzo a relojear, buscando esa mirada de 3.500 al mes.
Entonces B empieza una cuenta rara: a ver... ponele que 30 pesos la hora, 3 por 8, 24. Eso es al día, 240, que por 5 son... Veo que eso da más que tres mil quinientos, o sea que es menos, A gana menos de 30 pesos la hora.
Desde el box 2 llaman al número 60 y A y B se levantan y se acercan al escritorio. Siento un pequeño alivio porque A no sigue demorado por un trámite que es resta en sus menos de 30 pesos la hora. Arriba de la cabeza de la empleada que llamó su número, un aire acondicionado marca 30 grados de temperatura. En el banco hace ya un calor sofocante y a esta altura todos tenemos los brazos rebalsados de camperas, bufandas, paraguas, mochilas. Me pregunto cuánto costará hoy un aire a 30 grados, de lunes a viernes, de 8.00 a 15, el horario en que están en el banco todos sus empleados. Son ocho horas. ¿Cuántos sueldos de A caben en la factura de la luz de un aire acondicionado a 30 grados, por ocho horas, de lunes a viernes...? Cuentas raras, mejor no encontrar el resultado.
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